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E132 La rueda de hámster

Updated: Jul 15, 2024




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Episodio 132: La rueda de hámster

Hola, estudiante. ¿Cómo te va? Bueno, el último episodio fue algo diferente a lo habitual en este podcast. Y el episodio de hoy es incluso algo más diferente, todavía. Algo a lo que probablemente no estamos acostumbrados en este podcast. He creado un pequeño relato. Un relato es una historia corta de ficción, que ha salido de mí. Me la he inventado yo. Así que tengo un poquito de síndrome del impostor porque no es algo que haga habitualmente. Así que espero que te guste, que la disfrutes, esta pequeña historia.


Como siempre digo, el principal objetivo del podcast es que mejores tu comprensión del español, pero bueno, si te gusta, estaré incluso más contento. Y si no te gusta, pues también estoy dispuesto a recibir feedback y comentarios para mejorar mis relatos en el futuro. Te recuerdo que si lo necesitas, puedes utilizar la transcripción gratuita y las flashcards de vocabulario. Puedes encontrar ambos recursos, los dos recursos, en la página web www.spanishlanguagecoach.com.


Y también te recuerdo que en un par de semanas, el día 30 de mayo, martes, se abren las inscripciones a mi curso online para estudiantes de español de nivel intermedio, el curso Español Ágil.


También en la página web tienes toda la información y puedes dejar tu email, tu correo electrónico, en la lista de espera.


Te dejo ahora con el relato y también me despido ya de ti. Te digo ya adiós porque al acabar el relato no voy a volver a hablar, así que te dejo con el relato, con la historia. Espero que te guste mucho. Te mando un abrazo grande y nos escucharemos en el próximo episodio. Chao.


Querido Gabri:


Soy Diego Cruz, tu amigo del instituto. Espero que me recuerdes. Te escribo para decirte que ahora lo entiendo todo. Ha tomado más de treinta años, pero ya tengo la respuesta. Estábamos equivocados, Gabri. Muy equivocados. Llegamos a una conclusión errónea, pero es normal, solo teníamos diecisiete años. Espero sinceramente que tú te hayas dado cuenta de nuestro error antes que yo, pero si no es así, me siento en la obligación de escribirte esta carta para informarte, por muy extraño que parezca.


Te estoy escribiendo esta carta a mano. Menuda locura en 2023, ¿verdad? Con lo fácil que hubiera sido pedirle a una herramienta de inteligencia artificial que lo hiciera por mí. Después copiar el texto y pegarlo en un correo electrónico. Enviarlo en un clic. Pero es que eso hubiera sido imposible, no tengo tu email. Tampoco tengo tu número de teléfono móvil para enviarte una nota de voz. Además, hacer eso me daría demasiada vergüenza. Lo que te quiero contar me hace sentirme ligeramente patético y escribir en unas hojas en blanco lo hace todo más fácil. No tengo que concentrarme solo en lo que te quiero contar, sino también en coger el bolígrafo correctamente, casi se me ha olvidado cómo se hace. También tener cuidado de respetar los márgenes, los espacios entre líneas, y evitar que la tinta azul manche la mesa blanca desde la que te escribo. La misma mesa en la que estudiábamos juntos en esas noches en vela, sin dormir, el día antes de un examen de historia o de economía. Recuerdo que mi madre nos preparaba un café con la cafetera italiana y teníamos que ponerle toneladas de azúcar para ser capaces de beberlo. Todavía conserva la misma cafetera y siempre me acuerdo de ti cuando me prepara un café con ella. Ahora no lo bebo con azúcar. Me he acostumbrado a su sabor amargo.


Cuando mi madre prepara el café me acuerdo de ti y de nuestras noches sin dormir estudiando. Bueno, yo estudiaba intentando memorizar todo lo que debería haber aprendido en las semanas previas. Tú estudiabas lo justo y te preparabas las mejores chuletas del mundo. Eras capaz de escribir con una caligrafía minúscula, y lo más importante de todo, podías usar las chuletas en el examen sin que los profesores se dieran cuenta. ¡Ni una sola vez te pillaron copiando!


Es curioso como durante los dos años de instituto éramos uña y carne, inseparables, y al empezar la universidad, poco a poco, nos fuimos distanciando. Es normal. Ninguno de los dos hicimos un esfuerzo especial porque eso no pasara.


Lo más probable es que no te envíe esta carta nunca. Bueno, sé perfectamente que no te la voy a enviar. Primero porque ni siquiera sé tu dirección actual. Podría enviarla a casa de tus padres, pero tampoco sé si continúan viviendo allí o viven en otro sitio. Ni siquiera sé si viven.


Mi padre ya no vive. Murió joven, con nuestra edad. ¿Te acuerdas de él? Te apreciaba mucho. Una mañana empezó a encontrarse mal en el trabajo, pero ya sabes como era, no iba a dejar el taller mecánico para ir al médico. Murió trabajando. Su corazón se paró mientras reparaba un coche.


Estaba obsesionado con que mi hermano y yo estudiásemos para no acabar como él. Siempre nos decía, enseñándonos sus manos: “Mirad estas manos negras llenas de grasa. Si no queréis acabar así, soportando a jefes hijos de puta tenéis que estudiar”.


¿Puedes creer que el día de mi graduación de la universidad, tres años después de que muriera, fue más triste para mí que el día de su muerte?


Me daba la sensación de que la misión de mi padre en la vida, o al menos una de sus grandes misiones, era ver cómo sus hijos podían llegar a ser alguien, como él decía. “Diego, hijo, estudia. Conviértete en alguien”. Estar en ese escenario graduándome y ver cómo él no estaba allí me inundó de tristeza. No podía parar de llorar. Mi novia de entonces, Irene, ahora mi mujer, no entendía nada. Nunca me había visto llorar en los dos años que llevábamos de novios. No expliqué a nadie la verdadera razón que me había hecho explotar en un mar de lágrimas.


Mi hijo mayor se llama como mi padre: Ramón. Y cuando era pequeño decía que quería ser mecánico y trabajar en un taller reparando coches como su abuelo. Aunque nunca lo conoció, mi madre siempre habla del abuelo Ramón y les cuenta historietas a mis hijos. Yo le decía que me parecía bien. Ahora es él quién está a punto de graduarse como ingeniero mecánico. Los Ramones de la familia tienen una clara vocación por la mecánica.


Todavía no te he contado lo verdaderamente importante: la razón de esta carta, mi descubrimiento. Algo que no supimos descifrar hace más de treinta años, y que ahora es claro como el agua para mí, y espero que para ti también.


El otro día me acordé de ti porque recordé esa película que fuimos a ver juntos con diecisiete años, en primero de bachillerato, ¿te acuerdas? La profesora de filosofía nos daba créditos extra por ir al cine a ver películas independientes y que a nosotros nos parecían rarísimas y un tostón, muy aburridas. Nosotros preferíamos ir ver las pelis de la saga de Loca academia de policía o cualquiera de Michael J. Fox. Me acuerdo de lo mucho que nos gustó la película de El secreto de mi éxito. Después de verla, nos fuimos a comer una hamburguesa y nos visualizábamos convirtiéndonos en unos de esos yuppies neoyorquinos, ambiciosos, ganando dinero hasta que los dólares nos saliesen por las orejas y yendo a cenar a los mejores restaurantes pagando sin mirar el total de la cuenta.


Pero de la peli que te quiero hablar es de la otra. De la que tuvimos que ver para la clase de filosofía. Teníamos que llevar las entradas como prueba de que efectivamente habíamos ido. Y además, hacer un pequeño resumen de la peli. Creo recordar que era una película de Finlandia y por supuesto, era en versión original. Claro, estábamos leyendo todo el rato los subtítulos, porque si en esa época el inglés se nos daba mal, pues imagínate el finés.


Joder, Gabri, han pasado más de 30 años. ¿Cómo es posible? A ti los cincuenta y pico y los años en general te han tratado mejor que a mí. Te he buscado en Facebook alguna vez y he visto tus fotos. Aunque peinas canas, al menos tienes pelo que peinar. Yo con 30 ya tenía la cabeza sin un pelo de tonto, aunque mi mujer me dice que me queda bien este look, y que soy un calvo atractivo. Lo jodido son los achaques de salud. Tengo diabetes tipo dos y no duermo una mierda. Insomnio crónico desde los cuarenta.


Te hablaba antes de esa peli finlandesa, porque aunque no recuerdo el nombre, sí que recuerdo nuestra conversación sobre ella a la salida del cine. Siempre nos gustaba analizar las películas que veíamos juntos, nos sentíamos críticos cinematográficos. Básicamente, no entendíamos exactamente cuál era el problema del protagonista. Era un tipo tremendamente exitoso en su vida, envidiado por todos. Y sin embargo, empieza a cultivar una insatisfacción vital que no podíamos entender. Quería mandarlo todo a la mierda y empezar de cero. Pero no sabe cómo. A nosotros nos alucinaba el hecho de que se hiciera una película con una trama, un argumento, tan simple. La solución era muy fácil desde la óptica de nuestras mentes adolescentes.


El protagonista no debía complicarse la vida. Si tan insatisfecho estaba con su vida, podía vender alguna de sus casas y un par de coches de su colección de lujo y vivir de rentas, seguro que tenía los suficientes ahorros para empezar de cero.


Dios, Gabri, ojalá tener las cosas tan claras y la seguridad y confianza en uno mismo de los diecisiete años de nuevo, aunque fuera una seguridad basada en la inexperiencia e ingenuidad.


Ahora la seguridad es más bien ficticia y pretenciosa, de cara a la galería, para los demás.


Ojalá tener esa seguridad, malentendida, de los diecisiete. Sentirla de nuevo por unos segundos. Y también el entusiasmo, las ganas de comerme el mundo. Siento que el mundo me ha comido a mí con patatas, y le he resultado indigesto porque parece que me quiere expulsar de él de una u otra forma.


Gabri, te escribo porque me he convertido en el protagonista de esa película que no comprendimos. Ahora la entiendo perfectamente. Soy él. Soy el protagonista. Mucho menos rico, mucho menos guapo, con mucho menos pelo y sin colección de coches de lujo. Pero idénticos sentimientos e idénticas preguntas que me acechan cada noche, quitándome horas de sueño. ¿Qué he hecho con mi vida? ¿Por qué lo he hecho? Y sobre todo: ¿Qué estoy haciendo ahora? ¿Por qué no le pongo solución? ¿Hay solución para esto que siento? ¿Puedo hacer algo?


Cuando vimos la película pensamos que no tenía ningún sentido que el protagonista estuviera insatisfecho con una vida que él mismo había elegido y por la que se había esforzado tanto en conseguir. ¡Qué gran mentira y qué ingenuos éramos! Él no eligió su vida, igual que yo tampoco elegí la mía, y probablemente tú tampoco la tuya.


En esta mesa blanca en la que tantas noches estudiamos, un día, resultado de una conversación que no recuerdo exactamente, grabamos con un bolígrafo una frase que todavía puede leerse. Tres palabras: “No nos conformamos. 1987”. No recuerdo la conversación concreta que motivara que esa noche grabásemos la frase, pero si recuerdo hablar contigo del inconformismo que veíamos en los demás, y hacerlo con cierto aire de superioridad. Nos resultaba un poco patético que el resto de nuestros amigos se conformaran con las aspiraciones que otros habían instalado en ellos. Antonio Urrutia quería entrar en la fábrica de Ford al acabar el instituto como su padre y su hermano, Héctor poder meterse en algún puesto en el puerto de Barcelona y tener un salario estable y Verónica trabajar en la peluquería de su tía.


No sé cómo se sentirán Antonio, Héctor y Verónica ahora, pero sé cómo me siento yo. Me he conformado, Gabri. Me he conformado con lo que se esperaba de mí, con lo que quería mi padre. Hace años dejé de ser Diego para convertirme en Don Diego, o Señor Cruz. Mi padre, si estuviera vivo, pensaría que he llegado a ser alguien, como él decía. Sin embargo, yo solo puedo sentirme un don nadie. Me he conformado con lo que nos vendían las películas de los ochenta sobre los yuppies neoyorquinos. Me he conformado con las expectativas de los demás, pensando todo este tiempo que yo había decidido algo.


Me he dado cuenta de que el problema no era el miedo a no hacer reales las expectativas de los demás, que yo acepté como mías, y la decepción que eso podría provocar. El verdadero problema ha sido darme cuenta de que después de cumplir e incluso superar esas expectativas, la insatisfacción que tenía con diecisiete y ese hambre por la vida que está por venir no ha desaparecido. A ese sentimiento de profunda insatisfacción se le añade ahora la frustración de haber pasado toda mi vida, y toda mi juventud en busca de algo que pensaba que quería, pero que en realidad no quería. Me siento profundamente desilusionado.


De la misma forma en la que me he acostumbrado al café sin azúcar, a su sabor amargo, me he acostumbrado a la amargura de una vida que no elegí. Exactamente como el protagonista de la película que no supimos y no pudimos comprender. Nuestro error ha sido no revisar lo que de verdad queríamos y movernos de los diecisiete hasta los cincuenta años con los mismos objetivos que un día alguien nos puso encima, como una piedra pesada que te dificulta el movimiento y acabas acostumbrándote a ella, estancado en esos sueños adolescentes. Durante los últimos tiempos me he culpado a mí mismo por haberme metido en esa rueda de hámster de la que es difícil escapar. Ahora sé que nunca me metí en la rueda, nací allí, no conozco otra forma de vida.


La solución simple que ofrecíamos al protagonista de la película finlandesa también era errónea. En realidad nunca se puede empezar de cero. No puedes reiniciar el cronómetro de una vida. Simplemente no es realista, ni lo era para él ni lo es para mí. No puedo salir de la rueda de hámster en la que nací, es demasiado tarde, pero lo que sí que sí que puedo hacer es hacer esfuerzos por correr en la otra dirección, cambiar de paisaje y tener una nueva perspectiva.


Mi padre siempre me repetía que estudiara y que fuera alguien en la vida, y no sabes lo enfadado que he estado con él en los últimos meses, pensando que su adoctrinamiento en convertirme en alguien me ha consumido. Pero es muy difícil estar enfadado con alguien que lleva muerto treinta años, ¿sabes?


Es por eso que cuando pienso en darme la vuelta y empezar a correr en otra dirección pienso en algo que también me decía mucho mi padre: “Hijo, nunca es tarde si la dicha es buena”. Había veces que incluso me decía esta frase combinándola con la otra, como cuando nos quedábamos toda la noche antes de un examen estudiando. Yo me quejaba por no ser capaz de organizarme mejor y él me decía: “Nunca es tarde si la dicha es buena, estudia, hijo, tienes que ser alguien”.


Gabri, no sé nada de ti desde hace más de treinta años, pero espero que tú carácter más salvaje, despierto y atrevido que el mío, el cuál te permitía copiar en los exámenes, te haya permitido ser más inconformista de verdad, y que hayas empezado a correr hacía el otro lado hace tiempo. Si no es así espero que esta carta, que, con casi total certeza nunca recibirás, pueda ayudarte.


Como todas las decisiones importantes que tomaba en esos años de juventud, necesitaba informarte, y lo hago con ilusión de esta nueva dirección. Contándotelo a ti es una forma de compromiso conmigo mismo. Aunque sigo en la rueda y moriré en ella, al menos lo haré mirando otro paisaje, variando la velocidad e incluso pausando de vez en cuando para descansar y apreciar lo que tengo y a los que tengo alrededor, y sobre todo volver a sentir ese hambre por la vida que está por venir.


Me despido con afecto y determinación.


Tu amigo de juventud.


Diego Cruz



Descarga la transcripción en PDF:









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12 Comments


Joshua
Joshua
May 31, 2023

¡Qué chimba, Cesar! Imagino que te costaras un poco compartir una obra más artística. Me gustó pero no quiero decir que prefiero este estilo sobre lo normal. Simplemente, es algo nuevo y interesante. Me parece que la estructura de un cuento - aunque casera - crea una energía y da ganas de saber el final. Me parece algo eficaz para utilizar en el futuro.


En el cuento, aprecié la perspectiva estoica. No podemos marchar atrás! No podemos imaginar un renacimiento, sólo hay que continuar y adaptar.


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César
César
May 31, 2023
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Muchas gracias por apreciarlo, Joshua. Volveré a hacer algo así en el futuro! Un abrazo

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Unknown member
May 24, 2023
Definitivamente disfruté esta profunda y excelente historia. Aunque comenzó un poco deprimente, me hizo reflexionar sobre mis propias metas de vida logradas, las perdidas y las que aún están por cumplir. Tengo más de 70 años, y pensamientos similares ocurren en varios momentos a lo largo de la vida, como cualquier edad. Me gustó especialmente el final y la esperanza y el aliento para no renunciar a los sueños. ¡Muchas gracias César!

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César
César
May 28, 2023
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Creo que son pensamientos que todos tenemos una vez nos hemos compartido en adultos. Un abrazo, Mike!

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Wolfgang
May 24, 2023

Enhorabuena Cesar, este es el mejor episodio hasta ahora, al menos en mi opinión 😂. Me encantó y por lo tanto lo he escuchado ya varias veces. Ojalá hagas más episodios como este. Lo que no entiendo es por qué vives en Londres 😬, alguien que puede cambiar del país más soleado al país más lluvioso. Pero mejor que no me meta en cosas que no son mías jaja. Un Saludo y sigue así 👍

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César
César
May 28, 2023
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Me alegro de que te haya gustado tanto!!! 🤩🤩

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colin
May 22, 2023

Disfruté leyendo la historia, ya que inicialmente no estaba segura de qué dirección tomaría. Creo que Diego debería enviar la carta, y tu próxima historia debería ser la respuesta de Gabri.


Tengo 64 años y me identifico y estoy en desacuerdo con algunos puntos de la historia. Me gustaría responder a tu carta como Gabri.

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César
César
May 28, 2023
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Gracias, Colin! Siéntete libre de responder a Diego😊

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Ronnie
Ronnie
May 21, 2023

Muchas gracias Cesar, este episodio fue muy interesante para mi. La tema de la historia es muy interesante y a veces yo la pienso también. Yo creo que la mayoría de personas tienen aspiraciones de alguien que les puso incluso yo, pero estoy de acuerdo que tenemos tiempo para encontrar las cosas o carreras que nos dan felicidad.

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César
César
May 28, 2023
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Me alegro de que lo encontraras interesante. Ha sido una experiencia para mí crear algo de ficción! Un saludo, Ronnie.

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