E220 El verano en que no pasó nada (y por eso lo recuerdo todo)
- César

- Jul 10
- 7 min read
Updated: Jul 16
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Flashcards de vocabulario: El verano en que no pasó nada (y por eso lo recuerdo todo)
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Episodio 220 - El verano en que no pasó nada (y por eso lo recuerdo todo)
Estoy enfermo. Estoy con anginas, que es una enfermedad bastante frecuente cuando se infectan las amígdalas, aquí en la garganta. En mi caso, son bacterianas. Así que ayer la médica me recetó antibióticos, penicilina. Y estoy febril. He pasado toda la noche con fiebre, pero llevo dos días y estoy muy aburrido.
Y ese aburrimiento, y también, mientras comía estar viendo el el Tour de Francia, la competición de ciclismo, me ha hecho pensar mucho en mi infancia aquí en Valencia, cuando era pequeño. Y me he puesto a escribir, ahora que me encontraba un poquito mejor. Y digo, pues lo voy a compartir. Así que te voy a compartir este pequeño texto, estudiante, que he escrito. Como estoy febril igual me arrepiento de haberlo escrito y mañana lo borro. No lo sé. Espero que lo disfrutes.
Hay como siempre, los recursos gratuitos que puedes usar. Hay bastantes palabras que quizás no conozcas. Por ejemplo, tórrido o tórrida. Un día tórrido, que hace mucho calor. La gaviota, que es un tipo de pájaro. Rodaja de sandía.
Hay bastante vocabulario que está en la guía de vocabulario. No, perdón. En la guía no, en la transcripción y en… Me está costando pensar.
La transcripción, las tarjetas de vocabulario, el ejercicio de comprensión, la traducción al inglés, todos esos recursos los tienes en la web spanishlanguagecoach.com. Entonces, te recomiendo que los uses, porque te va a venir bien para consolidar lo que aprendes.
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Yo me voy a Francia. Espero encontrarme ya bien, cruzo los dedos, el viernes. Y también voy a mejorar mi francés. Me voy con Oliver y nada más. Voy a empezar a leer el texto que he escrito, espero que te guste.
Y sí, menos mal que lo tengo escrito porque me está costando pensar. Empiezo. El texto, lo he titulado: El verano en que no pasó nada (y por eso lo recuerdo todo).
Realmente no importa el año. Podría ser 1996, 1998 o el temido año 2000. Cuando no eres una persona adulta, en el mundo rico, y más concretamente en el Mediterráneo, tu verano no cambia tanto. Imaginemos que fue 1997. Si me preguntas por el verano de ese año se me hace tremendamente complicado hablar de él de forma general. Tengo que empezar por lo específico.
¿Una bebida del verano de 1997?
Sin duda el Tang de naranja. El Tang era una bebida de naranja azucarada. Mi abuela nos lo preparaba a mi prima Estefanía y a mí cuando estábamos en su casa. Mezclaba unos polvos con agua muy fría y la mezcla resultaba en una especie de Fanta sin gas que solo tenía la posibilidad de tomar allí, ya que en casa, con mi madre esas cosas que según ella "ensucian el estómago" no se compraban. La verdad es que no estoy seguro de que lo bebiera más de una vez, pero tengo un recuerdo muy vívido de esa primera vez. Tenía en mis manos ese vaso gigante de bebida anaranjada mientras mi prima Estefanía, dos años mayor que yo ,me contaba cosas que me dejaban boquiabierto. Que si la vecina de arriba es en realidad una bruja, que se lo escuchó decir a su madre, o más impresionante todavía: me preguntó primero si sabía lo que era un siglo y cuando le respondí que sí me dijo que la abuela tenía más de medio siglo en años, y que si sumabas la edad del abuelo y de la abuela superaban los 130 años. No podía creerme que mis abuelos fueran tan viejos. Con mis ocho años, superar la mitad de un siglo de vida me parecía una eternidad.
Recuerdo las tardes tórridas en Valencia, en la casa de mi abuela, donde de 4 de la tarde a 6 se echaba la siesta religiosamente. Nosotros no estábamos obligados a hacerla, pero sí que teníamos que guardar silencio y estar tranquilitos en el sofá viendo una película de Disney mientras mis abuelos dormían.
¿Una sensación del verano de 1997?
El calor húmedo, sin duda alguna, pero más específicamente la sensación de quedarse pegado al sofá de piel marrón de casa de mi abuela y la esperanza de que el ventilador que está en medio de los dos sofás y va rotando lentamente te tire un poco de aire, que te dé un respiro.
Mi prima pone la cinta de VHS en el reproductor de vídeo y la rebobina. Vamos a ver por enésima vez La Sirenita. Ya nos sabemos de memoria los diálogos de Ariel con su amigo Flounder, y a mí siempre me hace reír a carcajadas cuando la gaviota, ese pájaro que está en las playas, empieza a peinarse con el tenedor.
Mi abuela se levanta de la siesta y nos pone la merienda. Un vaso de leche frío con cacao en polvo y un par de magdalenas (esto, años después empezaríamos a llamarlo muffins).
¿Una fruta del verano de 1997?
Sin duda alguna, la sandía. Esa fruta roja, refrescante y llena de agua. Una de mis fotos favoritas de cuando era pequeño soy yo en la playa debajo de una sombrilla comiéndome una rodaja de sandía más grande que mi cabeza.
Y es que la sandía siempre me lleva a la playa. Y la playa me trae un montón de recuerdos con la gente que quiero y que me quiere. Porque hay quien piensa que el amor es ser querido, pero no, el verdadero amor es el recíproco. Esa gente, además de mis padres, que me recogía por la mañana en su coche para pasar el día en el agua. Mis tías y tíos, especialmente. Los chiringuitos o restaurantes de playa son muy caros, así que siempre llevaban comida de casa. Bocadillos, patatas fritas de bolsa, y sandía. La sandía no podía faltar. No hay nada en el mundo como comerse una rodaja gigante de sandía en la playa, que se mezcle el sabor salado del agua con el dulzor de la sandía y sentir como chorrea por la barbilla, hasta que las gotas caen al suelo. Pero no pasa nada.
No pasa nada.
Esas tres palabras podrían describir el verano de 1997.
No pasa nada. Todos los días son muy parecidos. Tres meses de verano que se hacen largos y calurosos, pero es que no quieres que sean de otra forma.
No pasa nada. Si me preguntas por un sentimiento en el verano de 1997 te diría que la tranquilidad.
El confiar en la vida sin ni siquiera cuestionarse que podría ser de otra manera.
Pero espera, ¿es la tranquilidad un sentimiento? ¿Quizás es un estado, o una emoción?
Pregunto a ChatGPT.
“Sí, la tranquilidad es un sentimiento. Se refiere a un estado emocional de calma y paz interior.”
En el verano de 1997 no existía ChatGPT. Quizás Google, pero yo no tenía Internet.
ChatGPT eran las madres.
“Mami, ¿es la tranquilidad un sentimiento?”
“Ay, hijo. ¿Qué preguntas me haces? Pues si estás tranquilo, te sientes tranquilo. Digo yo que será un sentimiento, ¿no?. Mañana no trabajo, ¿vamos a la playa?”
“No, a la playa no, que ya he ido con los tíos dos veces esta semana. Vamos a la piscina municipal, porfa”.
“Bueno, ya veremos”.
Por supuesto, al día siguiente de ese verano de 1997 fuimos a la playa. “¿Porque… para qué pagar 200 pesetas en la entrada de la piscina municipal cuando la playa es gratis? ¡Y más grande!”
A mi madre, como a ChatGPT es difícil llevarles la contraria. No porque no se equivoquen nunca, sino porque da igual lo que te digan que lo dicen con tal convicción, que te los crees. Aunque también ambos te piden perdón si se equivocan sin excusas.
¿Un sonido de ese verano?
La mezcla de dos sonidos. Estoy en casa de mi padre. En el sofá de piel. ¿Por qué todo el mundo tenía sofás de piel en los 90? Dan mucho calor. Estamos viendo el Tour de Francia en la televisión. Bueno, él duerme. Duerme y ronca. La combinación de mi padre roncando con los comentaristas del Tour de Francia es la banda sonora de mi verano de 1997. Me aburro, me aburro soberanamente. Las horas pasan lentas, y los días también. Todo lo contrario de ahora donde me faltan horas y días. Donde estar ocupado y muy ocupado es la norma.
El verano del 97 habla de la monotonía dorada de la infancia, ese “eterno retorno” del verano mediterráneo.
Crecí pensando que el verano era eterno. Que el tiempo iba a ritmo de Disney y siestas.
Ahora sé que no. Que la eternidad no existe.
Pero hubo un verano en el que lo pareció. Y fue suficiente.
Pues ya está, estudiante.
Te voy a dejar aquí. Ha sido un episodio cortito.
Me voy a descansar. He disfrutado mucho escribiéndolo. Espero que te haya gustado y te espero en el próximo episodio.
Un abrazo muy grande.
Chao chao.
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